De censos y otros encierros

Me han dicho que debo someter a censo mis libros y mis ojos, de haber alguna diferencia. Me han dicho que debo declarar las noches, incluyendo sus hidras y abandonos, porque la luna es una tea de liebres y las estrellas padecen la arritmia de las hojas. Debo aguardar en casa, dijeron, y no salir bajo ninguna circunstancia, porque el encierro se abre en las mañanas como un alfabeto nuevo, y vibra, extraño polen renovado. Yo quisiera decirles que el encierro es más como un gatillo que aguarda, complacido, la expectativa del disparo; es el licor hecho una puñal; una lengua de espuma; y todos mis duelos como un único níscalo de vidrio, erguido en el rojo plenilunio de mis voces; pero no creo encontrar esa opción en el formulario.

Aguardo entonces, con austeridad, el censo de mis horas.